No era él Madre; era un mensajero que me traía de su parte las flores y una nota que decía textualmente lo siguiente:
“Querida Gertrudis: cuánto me apena no poder acudir personalmente a nuestra cita después de tanto tiempo…Motivos de fuerza mayor, me obligan a permanecer junto al lecho de mi madre enferma. Espero no causarte gran dolor con mi ausencia. Mañana, si Dios quiere, pasaré a presentarte mis respetos. Acepta estas flores como disculpa, por no ser yo quien te las ha entregado. Tuyo afectísimo. Leovigildo.”
Madre no tengo pañuelos suficientes para secar mi llanto y aunque no quiero ser egoísta y ansío comprender sus motivos y sus responsabilidades de hijo, no dejo de atormentarme pensando cómo no ha podido buscar una solución que fuese satisfactoria para ambas.
Ahora Madre, le necesito más que nunca a mi lado. ¿Qué debo hacer? En mi primer impulso de mujer dolida y despechada he pensado hacer las maletas y regresar junto a usted en busca de consuelo y consejo, pero…mi deseo de verle es mayor que mi orgullo.
En su nota decía que vendría a primera hora…de la mañana siguiente y ya han pasado tres lunas y tres veces el sol ha despertado. Auguro los más funestos presagios y creo que todo ha terminado.
Madre mía de mi alma, estoy muy confundida y no encuentra consuelo este corazón mío, roto, enamorado…
Primo dice que ningún hombre me merece tanto, pero yo ¡le quiero! y en mis sueños está envejecer a su lado, darle muchos hijos, derrochar cariño y cuidados a este hombre, Madre, que aprisiona mi mente hasta temer la locura.
Madre ¿soy muy desconsiderada si le pido, si le suplico, que lo deje todo y venga a mis brazos? Si no pudiera, no sufra más de lo necesario, y mándeme un correo urgente diciéndome qué haría usted si estuviese en mi caso.
Dios le bendiga Madre.
Su afligida hija Gertrudis.
Gracias por pasar y comentar.