La repentina muerte de la senadora Rita Barberá ha sido el tema de interés para una nación que ayer despertaba con la noticia,la triste noticia de la muerte de una mujer que ha dedicado su vida profesional al servicio de los demás.
El Congreso iniciaba su jornada con un minuto de silencio en señal de respeto a la compañera fallecida. Algunos, gente sin peso ni fuelle, han tenido el gesto asqueroso y execrable de no permanecer en el hemiciclo durante ese minuto. Y es que desgraciadamente, de todo hay en el Congreso…
Y se abre el debate, la reflexión, las críticas encarnizadas que insisten en condenar a quien no ha sido condenada por ningún tribunal, y los elogios de aquellos que ahora hablan bien de la mujer a la que quizás de una manera u otra, hayan podido dar la espalda cuando más les necesitaba. No lo sé.
Yo no voy a hablar de unos ni de otros, hablaré de mi. Obviamente yo también me formé una opinión de Rita Barberá, yo también pensé que era imposible que la alcaldesa de Valencia no hubiese tenido conocimiento de las tropelías que se produjeron en su Ayuntamiento, yo también puse en tela de juicio su honorabilidad y por lo tanto, también yo soy culpable de haber contribuido al malestar, a la angustia, a la pesadumbre y al desaliento de una persona que, de tener las manos limpias, habrá sufrido enormemente por culpa de la brutalidad de un pueblo que no respeta las bases de la justicia y por ende, la presunción de inocencia.
La noticia me ha producido tristeza; lo primero que pensé es que me daba pena que hubiese muerto sola, en un hotel…qué frialdad para ir al otro mundo; después he sabido que estaba su hermana con ella y eso me ha reconfortado.
La noticia está en los medios y es tema de conversación, y es que los españoles hablamos mucho, creo que de más. Solo se necesita un minuto para destruir la honra de una persona y después hace falta toda una vida para restituirla. A Rita no se le ha dado esa oportunidad. Su ausencia definitiva impide esta restitución y sinceramente, me parece lamentable.
Mi propósito es no volver a hacer juicios de valor, no volver a condenar a nadie sin pruebas concluyentes y sentencias firmes, no colaborar con mis conversaciones a difamar a nadie, no dejarme manipular por los medios de comunicación.
Si Rita tenía las manos limpias, todo un país le ha fallado…
A la Virgen de los Desamparados le pido que la acoja en su regazo maternal.
Gracias por pasar y comentar.