– Buenos días, quiero un billete de ida a New York
-¿Preferente?
-Pues sí, señorita, preferentemente a New York
Con el billete en mano y decidida a tomar una dirección, enfilo camino hacia el avión, pero en ese momento el pasillo se bifurca, me enredo en una conversación absurda y sigo avanzando sin prestar atención a las indicaciones.
A pesar de todo, me decido y tomo el vuelo, no muy segura pero sí muy contenta porque viajar es divertido y tiempo tendré de rectificar.
Aterrizo en Roma y encuentro la situación hilarante
Qué más da, me digo, la vida son dos días. Y me tomo un cappuccino antes de regresar al aeropuerto.-Buenos días, por favor, un billete de ida a New York
-¿Turista?
-Bueno, sí, podríamos decirlo así.
En esta época del año el mundo se viste de invierno y decido comprarme un par de bañadores.
– ¿No prefiere un buen abrigo, señorita?
-No, no, que a mí lo que me gusta es el mar
Y bolsa en mano, me dirijo hacia mi asiento. Todos hablan a mí alrededor y me siento tan bien, que he vuelto a subirme al primer avión abierto.
Estamos a diez mil metros del suelo: pido whisky y cojo el periódico.
Los altavoces anuncian la aproximación al aeropuerto de ¿Nueva Deli? y me entra un ataque de risa; qué bien me lo estoy pasando…
¡Qué importa! La vida es corta, tiempo tendré de llegar a mi destino. Ahora lo mejor es dejarme llevar, pasármelo bomba, ir a mi aire y no pensar más de la cuenta.
Continúo así el resto de mi vida, encantada de haberme conocido, hasta que oigo por megafonía que se ha acabado mi viaje y descubro que nunca podré ir a New York.
¿Debo demandar al Jefe de las Líneas Aéreas Internacionales?
Sin duda la culpa ha sido suya por dejarme volar a mi capricho. ..¿o no?
Gracias por pasar y comentar.