
Trufa ha sido durante once años, un miembro más de mi familia.
Recuerdo perfectamente el instante en que entró en nuestras vidas, mi hija pequeña, Paula, y yo, pasábamos delante de un escaparate donde estaba aquella pequeña Yorkshire de mirada intensa y pelo negro.
-Mamá, mamá, mira qué bonito, ¡vamos a verlo!
Y en el fondo de mi corazón supe, que cruzar el umbral de aquella tienda, no tenía vuelta atrás.
Trufa, resultó ser hembra, y rompió moldes. Nunca me había gustado esa raza de perros, me resultaban antipáticos y feotes, hasta que la conocí a ella.
En casa fue una fiesta recibirla y rápidamente se integró al ritmo de la familia. Era una más.
Posiblemente haya sido una de las perras más mimada de España, por circunscribirme. Y sin duda, la más buena, ya que, habiendo sido complice de mis hijos y merecedora de todas las caricias, nunca fue caprichosa y aceptaba bien los límites y la palabra “no”.
Tenía predilección por todos nosotros aunque se inclinaba por unos o por otros, según le apetecía.
A mí, una de las cosas que más me han llegado al alma, ha sido su mirada fija, con aire reverencial, devoto, hacia mi persona. Me hacía pensar que, ojalá mirase yo a Dios, con la adoración con la que me miraba ella.
Posiblemente me reconocía como la jefa de la manada, y nunca se cansó de pedirme que la cogiese en brazos, y yo, casi nunca me cansé de hacerlo.
Toma de decisiones
El sábado, por fuerza mayor, fijé la cita, aconsejada por su veterinaria.
Era el momento de dejarla marchar. Un cáncer de huesos, rápido y cruel, la tenía acorralada y necesitaba encontrar una salida y ser liberada.

La decisión fue muy dura, pero me dio fuerza saber que contaba con el apoyo de mis hijos y la certeza de la veterinaria. Mi hijo me hizo llegar un artículo que me dio mucha paz. Aquí os lo dejo por si alguno de vosotros se enfrenta a esta situación.
En este artículo explicaban que “el día que durmieron a su perra” hicieron cosas que a ella le gustaba, en un ambiente festivo, subrayaban, porque lo importante era el animal-ya habría tiempo para las lágrimas-.
Y esto nos inspiró para hacer lo mismo, dentro de las posibilidades limitadas.
Despedida festiva
Javier, mi hijo mayor, que me ha acompañado en todo este proceso con muestras de cariño continuas desde el minuto cero, trajo chocolate con churros para desayunar.
Trufa, a cambio, tuvo una ración extra de lonchas de pavo, que le apasionaba.
Estábamos solos nosotros, porque Nacho, Myriam y Paula viven lejos, y elegimos acercarnos al mar, pero la mañana estaba desapacible y el viento era fresco, así que nos encaminamos al campo. En ambos sitios, tomamos las últimas fotografías.
Para entonces, Trufa estaba relajada pese a que subir en el coche nunca le gustó demasiado, y cuando llegamos a la clínica permaneció en mis brazos, al tiempo que la acariciábamos en un anhelo infinito de hacerle llegar nuestro amor, el amor de su familia.
Así se fue, dulcemente, sin dolor ni estrés. Arropada y mimada al máximo.
Mi hijo y yo salimos abrazados y llorando. A partir de ese instante dimos paso a nuestro dolor, que habíamos mantenido a raya para que Trufa no percibiese nuestra tristeza.
Y ahora estamos de duelo
Salvando las distancias y adaptando esta canción al dolor de su pérdida, tomo prestadas éstas palabras que siento mías:
“Me falta el ruido, sus pasos por la casa, siempre ruido, su risa recorriendo los pasillos…sí, me falta el ruido…oigo su voz aunque no está, sigo tratando de aceptar que me falta el ruido…”

Always you
Volveremos a estar juntas
Termino dejando recogido en este post, un vídeo de Youtube, de Fray Abel de Jesús, donde explica con argumentos teológicos, que los perros sí van al cielo, pero no al cielo de los perros, ¡al Cielo!
Así pues, con ese consuelo y esta esperanza, mi fiel amiga, volveremos a vernos y seremos felices para siempre y tú, tú podrás correr todo lo que quieras detrás de tu pelota y de tu amigo Pipo.